Habitacion de Edward en el hotel.

Me senté a su lado y lo miré.
- ¿y bien?- pregunté en voz alta- ¿De qué se trata?

Suspiré.
- Supongo que lo entiendo- dije a media voz- Aunque en realidad no. Ed, siempre fui tan sólo un año menor y tú sabes que jamás fue una limitación. Además, ¿Qué daño podría hacerme un humano? No hay ya persona que pueda lastimarme en el sentido que tú crees y el único que podría...- me callé, incapaz de acabar la frase. En lugar de eso, concluí:
- Sólo es un juego- Mi voz sonaba ligeramente más alta- Y pues ya que no quieres que coquetee con ese hombre, de acuerdo, sólo no te me pongas al brinco, ¿De acuerdo?

Volvió mi ánimo travieso y le mostré la lengua a mi hermano.
- De acuerdo- dije- Ahora, ¿Podrías darme un abrazo y acabar con esto?

Reí.
- Lo que no sabes es que te espera a ti- hice un ligero hincapié en la última palabra y ambos esbozamos nuestra característica sonrisa torcida mientras nos mirábamos.
- De acuerdo.- suspiré- Iré a mi habitación, quiero poner un poco de orden y planear bien lo de mañana.
Besé a Ed ligeramente en los labios (beso casto de hermanos) y salí de la habitación, como una sombra grácil.

Me detuve en el umbral al escuchar su mensaje mental.
- ¿tu esclava?- me burlé- Ya lo veremos.
Sonreí y me retiré.

Me eché a reír a carcajada batiente. Volví sobre mis pasos y con mi mirada más pícara, le dije, viéndolo con fijeza:
- Vaya que lo hubieras disfrutado. Si de todas maneras te gustan las humanas...
Le guiñé un ojo. Mi expresión era perversa.

- Es igual- sonreí.

Me había detenido nuevamente en el umbral pero terminé, por comodidad, por seguir volviendo sobre mis pasos y sentarme en la cama.
- ¿En serio?- pregunté con fingido interés mientras lo observaba- Pues ¿Qué pensaba?

- Olvidas que el término "demasiado salvaje" para los vampiros no existe- sonreí, recordando algo- Además, no creo que haya sido tan loco. Los humanos no tienen siempre una gran imaginación.

- Eres un exagerado- reí- Estoy segura que su fantasía es muy común y que no quieres contármela por simple vanidad- añadí, divertida.

Me eché a reír otra vez y contesté de todas formas:
- No es a mí a la que le corresponde saberlo- dije con naturalidad- Y sí, ya sé que la vanidad es uno de los siete pecados capitales, cosa de la que te encuentro culpable- bromeé.

- Ya sabes que casi nunca hago lo que me dicen- le recordé con cordialidad- Acuérdate de antes de todo esto.